El hambre y, en invierno, el frío eran nuestros constantes compañeros. El hambre nos afectó sobre todo ya que lo poco que la bruja nos dio a comer no caía bien al estomago y, combinado con el terrible frío en estos montes, resultó siendo devorador.

Raising a pig
1943–1944: La Blachette, Vernoux (Ardèche)

Se puede, más o menos, hacer algo contra el frío—simplemente saltando en sitio, o ponerse los pies en los zuecos de madera llenos de paja, o quedarse en la granja con los animales debido a su calor natural y su aliento caliente. Pero el hambre, este hambre furioso que corre por dentro, este hambre persistente … este hambre lacera el ser mismo y nunca se olvida … nunca se puede olvidar y da náuseas. Esta hambre es perversa, diabólica hasta que uno no piensa en otra cosa.

La granja trató de criar un puerco, dándole a comer hierbas del campo, castañas y lo que sobraba de nuestras comidas—no gran cosa así que uno puede imaginarse. Dada la escasez de comida, este régimen dio un animal suelto, siempre de mal humor con gambas de bailarina—un tipo de puerco de carrera capaz de moverse y, volviéndose como lunático, más que una vez atentó de mordernos.

Una vez, tratándose como siempre de hambre, teníamos la buena idea de cocinar unos huevos robados a las gallinas en la bazofia del puerco; debido a esta hambre devoradora, el resultado nos puso entre la espada y la pared y fue una tremenda lección en cocinar ya que aprendimos—a regañadientes—que los huevos toman naturalmente el sabor del líquido en el cual se cocinan.

Este fue nuestra primera, y última, de una vez por todas, experimentación de este tipo aunque estos "huevos a la porquería" fueron del gusto de nuestro compañero de miseria y buen amigo, el perro "Blackie," otro ser abandonando. Desde entonces, y hasta la fecha, me gustan los huevos crudos con un pedazo de pan.