legando a Toulouse, nuestro acompañante nos pidió que nos quedásemos dentro de la estación de ferrocarriles hasta que el regresara y desapareció en busca, probablemente, de nuevas instrucciones.
Nadie hizo caso de estos jovencitos, ya que la estación estaba llena de viajeros durmiendo o simplemente quedándose allí, bajo el único techo que había y no tenían otro lugar. Lo malo era que no habíamos comido desde nuestra salida de Limoges y yo, en particular, tenía un hambre feroz; un pobre diablo entradito en años se había instalado delante de la estación bajo la lluvia, con su carretilla de salchichas calientes las cuales emitían un delicioso aroma; paseamos ante él, intentando de tener caras de muertos de hambre y llenos de ilusiones para que el "salchichero" se diera cuenta de que este jovencito, sin un centavo en su bolsillo, deseaba más que nada el regalo de una de estas deliciosas salchichas. No se dio por aludido y no nos dio ni una sola salchicha.
Por supuesto, era evidente que un pobre tipo intentando de vender un par de salchichas, delante de una estación, de noche, al aire libre bajo la lluvia, demás está decir que no tenía mucho que regalar a nadie.