osotros, los jóvenes—los niños—dormimos en un dormitorio bajo el techo del castillo. Cada tarde, una de las voluntarias, Luba, vino y, sentándose en una cama cualquiera, nos leyó un libro interminable, "La Buena Tierra" de la autora norte americana Pearl Buck.
Uno de los mensajes de este libro sin fin era que nuestra miseria era poca cosa comparada con la de esos miserables campesinos chinos.
Una vez que había completado su lectura, Luba vino a cada cama y nos dio a cada uno un abrazo y un beso.
Ernest era su gran favorito y él la adoraba. Por mi parte, en ese entonces, todos estos traumas habían resultado en un tartamudeo y en mojar la cama; por otro lado, nadie nunca me hizo una alusión a lo que sin duda significaba que yo no fui el único entre todos estos traumatizados que tenía tales problemas.
os hombres en uniforme vinieron al castillo de "Le Masgelier" para entrevistarse con los hermanos Moritz; quisieron saber a donde estaban nuestros padres lo que, de verdad y sinceramente, no sabíamos. Al mismo tiempo, circuló un rumor de que un grupo de niños iba a viajar para America; de todas maneras, resultó que no calificamos ya que el visto bueno de nuestros padres era—según lo que decían—crucial. Por otra parte, era también posible que sólo niños sin padres—es decir cuyos padres habían sido deportados—podían irse tan lejos. Era quizás también una manera para la policía de descubrirlos. De todas maneras, nada ocurrió ya que, dada la situación política, en estos momentos nadie pudo salir del país.
Los Directores del hogar "Le Masgelier," el señor Jacques Bloch y su asistente Dr. Elise (Jean) Cogan, nos trasladaron—a Ernest y a mí—a otro hogar de niños en el centro de la ciudad vecina de Limoges, en un orfelinato, hasta que el OSE pudo organizar un refugio más seguro. Al mismo tiempo, alguien nos preparó documentos falsos de identidad—cédulas—y las muy importantes tarjetas de racionamiento (sin las cuales uno no podía hacer compras de algo para comer) todos en los nombres de Alfred y de Ernest Mauricet, supuestamente ciudadanos de Francia, hijos de padres franceses y nacidos en Sainte Lizaigne (Indre).
Gracias a los esfuerzos de nuestros maestros en Sainte Lizaigne, nuestra manera de hablar así como la de escribir la lengua francesa era tal que nadie, nunca, tenía la menor idea que no éramos lo que pretendimos ser, dos niños franceses y, a lo mejor católicos, separados de sus padres debido a la guerra.
Los archivos del OSE que consulté después indicaron, obviamente en error, que nuestros padres habían sido deportados.