eriódicamente, el pueblo llegaba a un clímax, a un frenesí, de acciones antijudías abiertas. Altavoces fueron instalados delante de nuestra casa y el Austriaco, y/o uno de sus acólitos, generalmente Goebbels, el ministro de la propaganda con el pie deforme, daba peroratas durante una hora. A continuación, mis compañeros de clase, los jóvenes del "Hitler Jugend"—los muchachos de la Juventud de Hitler—y las muchachas del BDM (La Asociación de las Doncellas Alemanas) dirigidos por uno de los perdedores de este mundo por el nombre de Karl Mohr desfilaban delante de nuestra casa cantando:" cuando la sangre de judío sale a chorros de nuestros cuchillos …." Fue permitido mirar desde la entrada de la tienda ya que estaba situada en la calle principal.
Quedé abrumado y perplejo por lo sucedido: ¿como podía ser que mi primer y mejor amigo Adi, el de los campos de patatas, era invariablemente uno de ellos—uno de esos que querían matarme, que opinaban que yo no tenía derecho a la vida? Concluí, en mi sabiduría de niño, que si Adi pudiera hacer tal cosa entonces era absolutamente evidente que no podría confiar en nadie—absolutamente en nadie. En este momento de conmoción puso fin, durante mucho tiempo, a la posibilidad de cualquier amistad con uno de los otros, de los demás.
Cada vez, Papá comentaba lo mismo, es decir "No prestar atención. No hacer caso. No darles importancia, son tontos estúpidos y no se dan cuenta de lo que dicen."