ndré nos ayudó a cargar nuestro escaso equipaje sobre su carreta tirada por dos vacas sarnosas y así nos fuimos a "La Blachette," un aislado ranchito de subsistencia situado en una colina de zarzamora, de castañas y de pinos. Este lugar perteneció a su madre, viuda, una campesina primitiva, sinvergüenza y analfabeta, la cual se interesaba ante todo en los pocos francos que recibía cada mes de la supuesta asistente social.
Es probable que su párroco, el buen padre Riou, sugerió que estos niños pudieran ayudar con los trabajos del ranchito, de la casa y este buen hombre hubiera probablemente dado su visto bueno, sabiendo la razón de nuestra presencia.
La casa estaba dividida en dos partes con dos vacas, un puerco y unas cabras ocupando una mitad, dando calor a la casa en invierno mientras que aseguraban una gran variedad de olores y de insectos durante los meses de verano.
André Aubert, un buen y simpático muchacho, nos llevó de inmediato a un rancho cercano para presentarnos a los vecinos. No había nadie en la casa o, así que André lo decía en la antigua lengua de estas partes, la lengua de Oc, "Ya dinjüe"—"nadie está."
Esta era la antigua lengua de Oc de estos montes del Sur—origen del nombre de la Provincia de "Languedoc"—antes que la lengua del Norte, la lengua de Oïl, la reemplazó en la Edad Media.
Después de haber aprendido el dialecto de Becherbach que ya me había fascinado de niño, el "Mundart," siempre escuché con atención y puse empeño en tratar de aprender este idioma de dulces consonantas.
El aislamiento de estas partes, de estos montes, desde siglos, era la razón de que el idioma nunca había cambiado y de que las maneras modernas de hablar no habían llegado a los montes aislados de la provincia de Vivarais, nombrada por su capital de Viviers.